RESPONSABILIDADES POLÍTICAS YA

domingo, 16 de enero de 2011

lunes, 10 de enero de 2011

Y ahora ¿qué?


Artículo de Francisco Frías publicado en informacionsanfernando.es

El año del Bicentenario pasó a la historia y este pueblo sigue en quiebra. Los tafetanes arrumbados por los recovecos del olvido se utilizan hoy como lazos funestos del desastroso envoltorio que nos recubre.

Pena de trescientos sesenta y cinco días de mentiras anestesiadas con narcóticos legalizados por la hipocresía de quienes nos someten. Trescientos sesenta y cinco días revestidos de alpaca y seda, sobre asientos denigrados entre los cuatro muros de un Teatro que conoció la gloria y el orgullo de un pueblo noble, defenestrado por la inutilidad de sus monarcas, en favor de un invasor que mordió la arcilla de nuestras marismas, gracias a que por entonces aquí los hombres se vestían por los pies y el perfume que los aromaba llevaba en la etiqueta el majestuoso nombre de “decencia”. Un pueblo de levita y pañolón al cuello, que ahora, desde los etéreos miradores del más allá incorpóreo, se avergüenza de la humillación a la que han sido sometidas semana tras semana, mes tras mes, las columnas que soportaron hasta lo imposible, la honra y el coraje de la tierra que defendieron.

“Lloran las salinas con el puente de Zuazo” dice la copla desolada evocando con acento lastimero el asedio gabacho. “Lloran juntos moribundos viendo La Isla agonizando” continua lamentando la letrilla.

De nuevo esta vieja tonada regresa al pináculo de la actualidad más penosa porque un grupo de usurpadores sin morriones ni bayonetas, ha devuelto a la sapina de los esteros el desconsuelo que trajeron aquellos bellacos invasores con su arrogancia.

Trescientos sesenta y cinco días que la Historia presente juzgará en breve, porque cinco meses son solo un insignificante cortometraje en la cartelera de la vida, y las butacas ya empiezan a desalojarse para la próxima función electoral. El reparto de actores se cuece en el comadreo de las sedes políticas y pronto sabremos quienes osarán creerse valedores de los destinos de esta Isla varada en el dique de las desgracias.

Unos mostrarán con timidez sus intenciones pregonando con la boca pequeña las exquisiteces de sus promesas cuidando no hacer ruidos: La Isla yace agotada y no conviene desvelarla. Otros en cambio serán sometidos a un juicio popular en el que la extensa retahíla de preguntas que compondrían el interrogatorio fiscal, quedará subordinada a una sola consulta: y ahora ¿que? El banquillo repleto de de Bernardos, Prados, Romeros y Piñeros no tendrá más coartadas en las que encubrir su delito contra la traición a sus paisanos.

Se acabaron los proscenios donde lucir palmito con trajes nuevos de a quinientos euros el modelito. Se terminaron las ceremonias donde ocultar las miserias exhibidas en rituales de pantomimas palaciegas. Concluyeron las empalagosas sesiones cortesanas hastiadas de la presencia de corporaciones grotescas, mendigando las migajas de suntuosidad esparcidas a su paso, por coronas impertérritas al reclutamiento de una partida de chupababas. Por fin los rústicos asientos de las plateas del Teatro se liberaron de la contemplación de tanta farsa enaltecida durante los trescientos sesenta y cinco días que ha durado el cuento rosa del glorioso Bicentenario. Bye, bye a las tediosas esperas protocolarias masculladas al murmullo inaudible de aquella cancioncilla de la infancia “que salgan los comboys o si no me voy…”. Adiós a las Teresas, y a los Bonos, y a los Vargas Llosas y los Juan Carlos que nos visitaron. Hasta la vista a todos. Que les vaya bien. Seguro que así será. Aquí no. Aquí los retratos de la efeméride y los reconocimientos vacuos, serán la única heredad que podamos hipotecar para taponar el boquete de nuestros ahorros municipales.

Ya no hay escondite donde meterse. Se corrió el telón y se apagaron las candilejas. La representación llegó a su fin y concluyó la farándula. Ahora hay que vivir afuera. Allá donde el usuario de las urnas aguarda ansioso la cita de Mayo. Ya no hay pan ni circo que inventar ni dinero que adormezca sus voluntades censuradoras. Se acabaron los fondos estatales que colmaban el pueblo de manos blancas afanadas en el embellecimiento de ruinas recuperadas. Se agota el tiempo y aparecen las urgencias seductoras. Los “Espejos” abandonan el aparador de los caudales y otras actas de pergamino envejecido seguirán sus reflejos desertores. El deseo llamado tranvía ha parado en la estación de los misterios. Los ríos corren revueltos por las asociaciones amigas, fieles compañeras de viaje por los tirabuzones del tiempo, y una burlesca pecera se impacienta vacía en el Parque de la Historia porque los de los trajes de a quinientos euros el modelito no tienen agallas para llenarla. Ni la prensa, esa socorrida amante de conveniencia en ciclos de menstruaciones borrascosas, podrá satisfacer las necesidades perentorias de la Casta cañaílla porque el engaño no encuentra refugio en ningún lugar: ni siquiera embozado como el placer de un orgasmo. Alardear de pagar nóminas y cánones fiscales solo homologa la carencia de intelecto para mayores empresas.

Las cortinas de humo descorridas durante 2010 desvanecieron para siempre el velo que las sostenía y el árbol que estorbaba para ver el bosque ha sido talado por la extinción del almanaque. Y ahora ¿que?